Amigos invisibles que vemos sin mirarSeguir leyendo…
Ayer, en vísperas del 14 de febrero, recibí muestras de amistad inesperadas de parte de dos personas que casi no conozco, pero veo más seguido que a amigos muy cercanos. Sus testimonios, sonrisas y dedicación valen la pena compartir.
El Señor Chucho
Hace siete años que en el colegio de mis hijos alguien me saluda y solicita un documento para autorizar mi ingreso. Madre de 4 alumnos, esto sucede bastante seguido. Por la misma razón y por mi trabajo, siempre llego con las justas y con pocas ganas y tiempo de volver a firmar; no encuentro mi documento, se me caen cosas y luego, ¡clásico! me olvido algo que apoyé en la ventanilla del Señor Chucho. Sin embargo y a pesar de todo, el Señor Chucho, sin excepción de día, hora o clima me saluda alegre y pausadamente, me detiene con voz suave, me sonríe con su mirada y recalcula mi andar para que ingrese al colegio tranquila- ¡y me guarda lo que dejé olvidado!
Ya para cuando estoy de salida- habiendo recuperado el aliento, mi documento y lo que me había olvidado- la que se detiene soy yo. Lo saludo y conversamos un poquito. Durante varios meses del año pasado, le anticipaba: “Señor Chucho, estoy escribiendo un nuevo libro y, esta vez, hay un personaje que lleva su nombre”. “¿De veras?”, se sonreía el Señor Chucho del colegio, y más aún cuando le iba dando adelantos de cómo el personaje del Señor Chucho crecía en “Boris y el ajolote albino”.
Ayer por la mañana, al salir del colegio, en la ventanilla del Señor Chucho recibí mucho más que mi documento de vuelta: “Señora, leí el libro. Ahora lo está leyendo mi hija y luego un compañero. Me gustó muchísimo. Me metí completamente en el personaje. Me conmovió mucho”.
Y yo me conmoví aún más con esta devolución. Nos abrazamos y posamos para una foto juntos. Me dio gran satisfacción ese encuentro. Pero no tanto por el reconocimiento literario. Alguien que luego de tantos años me tiene la misma la misma paciencia del primer día (cuando yo sí desconocía el protocolo), merece saber que valoro, cada vez que llego a las corridas, que él tan amablemente logre cambiar mi ritmo, imponerme una pausa necesaria y sintonizarme correctamente con el ambiente escolar. Por eso me alegra inmensamente que mis letras lo hayan emocionado. Sirvan entonces ellas, y los sentimientos evocados y el personaje de ficción con su mismo nombre, de homenaje y agradecimiento por lo que usted, Señor Chucho, hace por mí y tanta gente que pasa a su ventanilla.
“Olverita” – Adelaido Olvera.
Manejando de regreso, mientras pensaba en la influencia positiva del Señor Chucho a la entrada del colegio, veo, como siempre, a aquel oficial de sonrisa y guantes blancos que saluda a cada auto que pasa, que son muchísimos. Sí, el Señor Adelaido u Olverita como le dicen, día tras día se para a la vera del camino e incansablemente alza su mano y nos sonríe a todos. Somos muchos los conductores que levantamos la mano en reciprocidad. Pero ayer yo me bajé. No me bastó con saludarlo mientras manejaba. Quise presentarme y agradecerle. Me detuve y, de inmediato, él se acercó a mi ventanilla:
– ¿Precisa algo, Señora?
– Sí. Agradecerle.
Se sucedieron un abrazo y una charla llena de anécdotas y risas ahí en ese mero punto del asfalto desde donde Olverita saluda a conductores y transeúntes. Me enteré por él mismo que ya es famoso. Me mostró orgulloso notas en periódicos y me contó que hasta ha salido en la tele. No lo sabía, pero no me sorprende. La alegría que nos transmite y la amistad que nos regala ¡merecen ser noticia!
“Mire, damita, es que yo creo y espero que mi saludo le cambie el humor a alguien que lo necesite. Creo que desde aquí puedo hacer sonreír a alguien.”
Y yo creo que gracias a lo que había sucedido en la ventanilla del Señor Chucho minutos antes, yo me animé a bajar mi ventanilla del auto para decirle a Olverita que tiene razón. Que su saludo es especial, que no lo tomo por sentado, que lo valoro, lo admiro y quiero que se vuelva contagioso.
Gracias a estos dos caballeros de ayer que, desde sus puestos y rutinas de trabajo interceptaron mi día con sus amables y amigables gestos, me di cuenta que todos y cada uno de nosotros podemos regalar Amistad.
Ser y tener amigos son palabras y sentimientos mayores que se limitan a un grupo personal de la vida de cada uno. Sabemos quiénes son esas personas que hacen de nuestra vida un tiempo mejor, aunque no las veamos tan a menudo como quisiéramos. Pero hay personas que sí vemos seguido, casi a diario, e influyen bastante en nuestro día a día. Seguramente entre ellas y nosotros hay ventanillas, plumas/barreras, mostradores o cajas registradoras. Nos encontramos con ellas por un instante, fugaz y hasta estrictamente rutinario. Nos saludamos casi de memoria y en automático.
Pero ¿qué pasaría si en ese instante, por más breve que sea, nos animáramos a regalar un gesto más amigable, una sonrisa más amplia, una pausa necesaria o unas palabras amables y agradecidas? Sucedería lo que pasó con el Señor Chucho y Olverita: descubriríamos a esos amigos invisibles que vemos todos los días sin mirar. Y reconoceríamos que instantes de amistad se pueden regalar en todo momento y lugar, incluso a desconocidos.
Pues entonces, ¡regalemos amistad! Todos los días del año. Vale la pena.
Feliz día del amor y la amistad. Te regalo un Video Olverita